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7 B U S C A P I T A L
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El grupo es pequeño. Seis
pasajeros y el conductor. Unas pequeñas mochilas componen todo el equipaje. Mediodía. Calor axfisiante, húmedo, insoportable.
Pérez , el conductor, sugiere cansinamente
que los pasajeros suban. Pero, subir ¿ a dónde ? ¿ a ese vetusto y destartalado bus que apenas
es capaz de sostenerse sobre las cuatro ruedas ?
Iria no
da crédito a lo que está oyendo y con grandes aspavientos se niega a subir. A don Régulo la situación no le crea problemas. Con
tal de poder sentarse y abrir la enorme bolsa de comida que porta, el dónde y
el cómo no tienen importancia. El bajito Acaparo no tiene dudas. ¡Hay que subir el primero
para ocupar los mejores sitios, que para eso ha comprado tres billetes y supone
que todo el bus es suyo ! . Luxury está feliz. El agobiante calor le activa las feromonas y seis humanos
alrededor son para Luxury una multitud donde poder elegir y repetir. A Solrei , la situación comienza a inquietarle y ésta no
ha hecho más que empezar. El campo de actuación que se le ofrece es pequeño y a
su entender, fácilmente manejable. ¡ Poco pan para un hambriento ! piensa desconsolado . Endivia no es feliz.
Acaparo ya ha subido y tomado posesión de sus
asientos; don Régulo ya ha abierto su
bolsa y gotas de grasa le caen por la comisura de los labios; Luxury se desparrama en el asiento y al que no
le guste que no mire, que alguien ya
caerá; Iria protesta y protesta pero se dirige
hacia el bus; Solrei se desentiende de
la situación y Pérez el conductor, cojo, lento y analfabeto de la palabra
trabajo , descansa sus posaderas sobre lo que hace años, o lustros quizás, fue
un asiento. ¡ Porca miseria ! ¡ Todos sentados y yo soy la última en subir
! piensa rabiosamente Endivia.
El bus , por fin,
arranca. Cien millas de ascendente y tortuosa carretera les esperan al viejo
vehículo y al variopinto grupo. El calor no cesa y dentro, la atmósfera se hace irrespirable.
Si Solrei baja la
ventanilla, Iria pone el grito en el
cielo porque dice que entra más calor. Si don Régulo abre otro recipiente con
comida , el olor ser expande por todo el bus y oler casi se convierte en
masticar. Si Luxury insinúa una remangada pierna sobre uno de los asientos vacíos de
Acaparo, este se abalanza sobre el asiento – no sobre la pierna – para dejar
claro de quién son esos muelles mal cubiertos con paño desgastado . SI Endivia
tiene ocasión girará su cabeza hacia su compañeros de viaje para imaginar lo
que quiere y no puede. Pérez, el
conductor, no ha hecho más que arrancar y ya está pensando en detener el
vehículo para descansar (? ) un rato .
La meta, una antigua
fortificación española sobre restos precolombinos, les espera agazapada sobre una inusual llanura montañosa, ajena al artefacto explosivo que rueda hacia ella .
Jesus Mari García Morillo
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Los siete pecados capitales
El P. Ignacio, jesuita, comenzó a sermonear
a sus feligreses:
¡Fijaos!: Epulón solía banquetear,
opíparamente, grasientas carnes rociadas con cuantiosos y agradables vinos. En
cierta ocasión, al comprobar que sus padres le ofrecían a su hermano más
manjares que a él, elucubró: “Ahora comprendo por qué Caín arremetió contra
Abel”.
¡Atended!: Aunque Epulón disponía
de buena posición y exuberancia de bienes, deseaba aún mayores deleites:
Acaparar, sin escrúpulos, tanto dinero y haberes como Scrooge, personaje
descrito por Dickens en el “Cuento de Navidad”; no dar palo al agua como la
cigarra; y retozar con mujeres sensuales, promiscuas, voluptuosas,
casquivanas y pecadoras como lo era la pagana emperatriz Mesalina.
¡Arrepentíos!. Porque, por todo lo
indicado anteriormente, Yahvé, eternamente enojado, condenó a Epulón al
fuego eterno.
El jesuita acabó el sermón y contempló
jactancioso a sus parroquianos. Sonrió con un rictus de prepotencia que le
asemejaba al ex presidente Aznar
Manu Barrenetxea 02.02.2016
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Jon jadeaba
exhausto y abatido. Había vuelto a ocurrir. El aire frío que penetraba por la
destrozada ventana lo trajo de vuelta. Sus manos temblaban, sus cuerdas
vocales, asustadas por el titánico esfuerzo no daban crédito. Todos y cada uno
de los músculos de su cara se encontraban doloridos y agotados, tratando de recomponer
su rostro. Su vista quedó fija en las
cortinas, que parecían burlarse de él con su grácil danza, impertérritas ante
el desfile de electrodomésticos y muebles que apenas unos instantes antes las apartaron
bruscamente en su viaje a la dura acera.
El espejo del salón en cambio no pudo soportarlo, fue tal la explosión
que allí se desató que optó por suicidarse esparciéndose dolorido por la
alfombra. El silencio acabó ocupando la estancia y el vecindario entero volvió
a sus quehaceres.
-
Pero hija mía, algo tendrás que
hacer, todas tus amigas están haciendo alguna carrera.
-
Y…
-
Pues que así no puedes seguir, a
la sopa boba.
-
Es que no sé que estudiar… y no
hay trabajo.
-
¿Pero quién te va a dar trabajo?
El trabajo no va a buscarte a ti.
-
Mañana buscaré en internet.
-
¿Mañana? Siempre mañana. ¿Eres
feliz? ¿No estarás con depresión como la tía?
-
No seas pesada, no es eso, es que
ahora no me apetece. Además, no quiero saber nada de psicólogos. Están todos
chalados, como el del 3º, yo creo que es un psicópata sexual, cada vez que me
cruzo con él me come con los ojos.
-
No se hija, me tienes preocupada,
mira como tienes la habitación, ¿podrías recogerla un poco no? Y arreglarte,
salir, no se… ya has ido algún día a la piscina? Que pesada eres… ya te dije,
que no, el agua esta helada.
-
¿Y al gimnasio? Es que, no se…
estas todo el día ahí en el sofá con la play.
-
¿Al gimnasio? ¿Estás de coña?
-
A las 7 hay reunión de vecinos,
¿te importa bajar? Hoy curro de tardes.
Era la tercera vez que Ana iba hoy al
supermercado, a pesar de que el médico
le había insistido en que dejara la bollería y redujera el azúcar, era incapaz.
Es más, la mera prohibición le proporcionaba la excusa necesaria para reincidir, “a mí nadie me dice lo que tengo que
hacer”, pensaba mientras engullía otro croissant relleno calorías y grasas
con textura de crema de cacao. En su fuero interno, era consciente de que en
los últimos 3 meses había engordado al menos una talla más, ya pesaría 90 o,
tal vez algún kilillo más. Sus brazos, su tripa, sus piernas, su culo y sus
pechos se peleaban con su ropa, como queriendo independizarse, y salir
victoriosos y desvergonzados de la opresión injusta a la que se veían sometidos.
Su cara conservaba dulces y suaves
facciones, de forma más redondeada que hace unos años, eso sí, pero sus ojos verdes,
seguían transmitiendo la esencia de su ser.
Kike, miraba por la ventana, tenía la mirada
perdida, la tristeza en sus ojos, y una opresión, una especie de quemazón en su
interior. Llevaba días así, desde que su compañera fue llamada a dirección para felicitarle por
su último proyecto. Un sentimiento de inferioridad, de agobio, y angustia por
los logros de sus compañeras de trabajo le carcomía por dentro y no le dejaba
disfrutar de sus propios éxitos laborales.
“Primero fue Maite, la última en llegar a la empresa y pretendían nombrarla
coordinadora”, pensaba mientras se
mordisqueaba los costados de sus dedos hasta hacerlos sangrar. “una trepa, una puñetera trepa, menos mal
que al final logré quitármela del medio, tuve que cargarme un par de ficheros de
su ordenador, pero mira, menuda coordinadora sería, que no tenía al día la
copia de seguridad de su trabajo, tengo
que pensar en algo para boicotear a Mertxe o esta me come la tostada.”
Si algo había de las mellizas que le gustaba,
era su coordinación, mientras Ana le acariciaba con lascivia y precisión en
cada uno de sus puntos erógenos, y los tenía localizados todos, Elena le hacía
una felación con exquisita maestría, mientras tanto Teresa era la encargada de
jugar pasando por su cuerpo, el de sus hermanas y el de él, los numerosos
vibradores y demás aparataje de la inmensa y extravagante colección que Ismael
había ido recopilando a lo largo de los últimos años. Sudor y demás fluidos se
mezclaban en el ambiente cuando otra persona entró en la habitación. A pesar de
la dramática escena, las niñas no pasarían de los 6 años, su inexpresivo rostro
hizo una extraña mueca mientras se quitaba el pañuelo morado de la cabeza y
comenzaba a asfixiarle desde una posición en la que sus ya ancianos pechos le
rozaban su cara. - Eres un niño malo y
voy a tener que volver a castigarte - le decía. En ese momento, otra voz, como
llegada de otra dimensión lo arrancaba de su ensoñación:
-
Perdone, se lo envuelvo para
regalo?
-
eh, sí, claro, es para mi sobrina.-
dijo, azorado mientras le daba el cuento de las 3 mellizas a la dependienta.
Santi les observaba ofreciendo la que había
estudiado como su mejor pose, desde una esquina del portal. En su mirada, una
mezcla de altanería y condescendencia. Miró la hora en su rolex al tiempo que lo dejaba a la vista de una manera
cuidadosamente descuidada. Por supuesto, el supuesto rolex era de imitación
pero hacía tiempo que su mente había borrado ese pequeño detalle.
“míralos,
que vidas tan vacías, tan superficiales y hasta prescindibles” pensó para sí mismo. “Si yo fuera cualquiera
de ellos creo que no dudaría en suicidarme. Ana cada vez está más gorda, y el imbécil
del 1º por muy arquitecto que sea no tiene ni puta idea, me va a discutir a mí sobre
cómo eliminar la humedad de la fachada”.
-
Bueno son las 7,
solo falta la del 6º, así que como PRESIDENTE de la Comunidad DOY
comienzo a la reunión- dijo dando especial énfasis en algunas palabras.
“Y por qué
tiene que ser él el presidente, va de guay pero es un pedante. Joder, vaya
reloj tiene, mañana me compro uno igual”, pensó Kike, el del 1º
“fantasma” pensaron al unísono el resto, uno de ellos
especialmente irritado.
Ismael el psícologo, no le prestaba atención,
solo había bajado a la reunión por el escote de Ana y se recreaba en una orgía
entre él y todas las mujeres de la vecindad, “estas están más húmedas que la fachada”
-
Al terminar la reunión, Kike, Jon
e Ismael se quedaron un rato más. Este
último comentó - ¿Habéis visto al Urdangarin en las noticias?
-
Yo sinceramente no lo entiendo, lo
tenía todo, prestigio, una familia, poder, se codeaba con la élite, éxito como
deportista, y dinero y propiedades hasta decir basta, incluso un título nobiliario…-
se adelantó Ismael.
-
Ya lo quisiera yo. – intervino
Kike.
-
Hoy no he visto la tele. -, dijo
Jon con un tono más bajo del que normalmente empleaba.
Los tres sabían
bien por qué no había visto la tele. Todavía quedaban restos sobre la acera,
pero obviamente nadie dijo nada al respecto, conocían sus arrebatos y no
querían provocarlo.
-
Ya pero para esta gente el tenerlo
todo, nunca es suficiente, siempre quieren más, más dinero, más poder, más tías…-
continúo Ismael.
Iñigo Eguren 29 de enero de 2016